La lectura como cómplice
“Leemos para saber que no estamos solos”
William Nicholson
En la hora de recreo, debajo del árbol de cerezos veo a Nahia. A primera vista se encontraba sola. Al acercarme, la pequeña de tan sólo 4 años está con la mejor compañía: un libro. “¿Cómo te sientes?”, de Anthony Browne fue el elegido con absoluta libertad para ser su cómplice entre uno de tantos que reposan en la Biblioteca escolar. En principio pensé que su decisión obedecía a la facilidad que representaba para un “pre-lector” un texto breve lleno de llamativas ilustraciones. Según su etapa de desarrollo hasta ahora estaría aprendiendo el código. Mi sorpresa fue cuando descubrí que ese no era el único libro seleccionado. Como si hubiera sido una tarea muy básica lo dejó a un lado y tomó en sus manos “Donde viven los Monstruos” de Maurice Sendak. Un cuento fuertemente criticado en el momento en el que fue escrito pero que más adelante cobró toda la vigencia. Es en el encuentro con todas las emociones, tanto en el amor como en el miedo es dónde habita nuestra verdadera humanidad. Sentí la tentación de cambiarlo por otro más acorde a su edad, no solo por la temática sino por la complejidad del texto. (…)“Esa noche en la habitación de Max nació un bosque(…), para mi sorpresa no solo deletreaba cada sílaba hasta encontrar las palabras, sino que leía las imágenes para confirmar su fascinación por la historia. Mi teoría es que leer es tanto un despertar como un derecho y por lo tanto una elección. Daniel Pennac en Como una novela, nos habla del encuentro con el propio lector y su derecho a qué hacer con un libro. Derecho a leer lo que queremos, a no leer, a saltarse las páginas, a releer e incluso derecho a no terminar un libro.
Nadie nos “enseña a leer”, nos dan las herramientas para adquirir el código lecto escrito. Leer es un proceso de aprendizaje individual que nunca termina. Amar o no la lectura ocurre durante la niñez. Al finalizar el recreo, Nahia me pregunta ¿qué es el miedo? Así reafirmo la idea de la lectura como una aventura para encontrar preguntas, más que para acertar con únicas respuestas. Como educadores nuestra tarea, frente al encuentro con la lectura, consiste en dejar de intervenir en sus pensamientos. Dejar que fluyan de manera natural la curiosidad, el asombro, la imaginación y la fantasía. Si la lectura fue una obligación y no un placer jamás habremos descubierto el placer de encontrar en los libros una experiencia estética fundamentada en la contemplación, el goce y la resistencia. Porque no existe una única razón para leer. Son tantos los propósitos como las oportunidades de que un libro nos escoja o nosotros escojamos un libro.
Leer como acto de contemplación
Contemplar es observar con detenimiento permitiendo que las sensaciones producidas por el asombro lleguen a nosotros sin prejuicios. La aproximación a la Poesía en especial se hace desde este lugar. Es como sentirse sumergido en “El amanecer” de Monet y rendirse frente a la belleza de esa atmósfera sin dudarlo. Es vivir la pasión de las palabras a flor de piel, con un grado de percepción inconmensurable sin necesidad de acudir a la razón. Es evocar emociones a partir de un verso sin más propósito que vivir en el instante para sentir el corazón latir.
(….) Para mi corazón basta tu pecho,
Para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
Es en ti la ilusión de cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola. (…)
Este fragmento de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, escrito por Neruda en la casa que fue su favorita en Isla Negra, ocurre precisamente en un lugar de aislamiento donde la contemplación es posible. Donde el sosiego producido por el sonido de las olas del mar da toda la espera al autor para crear sin prisa.
Son precisamente los lugares de la contemplación los que hacen posible que surjan las figuras retoricas que permiten a las palabras tomarnos por sorpresa y producir emociones innecesariamente explicables.
¿Qué pasaría si no leemos Poesía? No sabríamos que el simple hecho de contemplar nos hace verdaderamente sensibles frente al dolor, al miedo y al desamor. Seríamos indolentes a la barbarie y a la destrucción. Incapaces de reconocer el valor de la vida y de la muerte. La poesía siendo absolutamente sublime es la rebelión contra la indiferencia. Contemplar desde un lugar de asombro es un principio de cualquier acto de creación y al hacer esa presencia singular en la poesía nos permite abrazar la incertidumbre.
Leer como goce del espíritu
Se dice que la literatura está llena de cosas inútiles absolutamente necesarias. Una de ellas es la de servir de alimento para satisfacer la curiosidad del espíritu. El goce, como una ecuación más parecida a la paleta de colores de un artista que a una fría formula matemática. En el primer caso el resultado de la lectura al sentir, pensar y hacer se asemeja más al disfrute del proceso de descubrimiento de un nuevo color que al resultado mismo. Leer cómo mezclar colores en la paleta es almacenar momentos de vitalidad sin que ese sea precisamente el propósito. Un ejemplo de creación como goce, son las máquinas de Leonardo Da Vinci cuyo funcionamiento evidentemente no fue su principal preocupación.
A la idea de placer se contrapone la de obligatoriedad y es ahí donde emerge el espíritu libre del lector capaz de disfrutar lo inesperado. El goce es un momento de plenitud que la lectura generosamente nos regala sin pedir nada a cambio. Es lo que Mihaly Csikszentmijaly (2009) denomina un estado subjetivo de “Flow” en el que las personas están tan conectadas con algo que llegan a olvidarse de todo lo demás, incluso del tiempo.
El encuentro de dos Premios Nobel plasmados en “El libro de la alegría” fue motivo de dicha para mí. Lo que comenzó como una lectura obligatoria para un proceso de indagación educativa entorno a la felicidad, terminó en el ejercicio propio de la lectura como goce. Me sentí como una invitada más a esta semana de diálogos profundos y divertidos de dos admirables líderes espirituales. Su Santidad el Dalai Lama y el arzobispo Desmond Tutu abordan a manera de conversación sin aires de dogmatismo, sus pensamientos y creencias alrededor de la felicidad. En sus ideas entretejidas por sus anécdotas relatadas con cierto desparpajo aparece una pregunta fundamental ¿Cómo podemos encontrar la alegría mientras afrontamos el inevitable sufrimiento de la vida?. Es en el diálogo dotado de humor y pasión por la vida en donde el curso de mi lectura tomará otro rumbo. Mas allá de conocer para disertar, el libro me cautiva desde la simple alegría de leer. Cada página así hablará del dolor y el sufrimiento estaba seguida de momentos de diversión. Al final pensé que leer puede ser uno de los juegos más serios e importantes para un ser humano. El juego, como la lectura son convocados a voluntad, en los dos reinan el entusiasmo y la emotividad. Y como diría Huiizinga en Homo Ludens, está por fuera de lo que podría considerarse como de utilidad o necesidad inmediata. (pág. 217, 1938).
Algo similar me sucede cuando leo o incluso releo Rayuela. Me siento una lectora que juega a estar en la piel de la Maga y disfruta al conducirse a través de la historia sin saber que espera encontrar.
¿Qué pasaría si no leyéramos por placer? Perderíamos de vista las subjetividades de la vida y el espíritu creador de nuestra naturaleza humana. Estaríamos destinados a asumir elaboraciones de la realidad ajenas como propias. Perderíamos toda posibilidad de sucumbir al tedio de la rutina que nos habita. Negaríamos el humor y el ocio como aliados de la lectura. No conoceríamos jamás la alegría de leer porque sí.
Leer como forma de resistencia
“Vivir sin leer es peligroso, porque obliga a conformarse con la vida.”
Michael Houellebecq
La lectura es un acto de creación innegable. Por lo mismo obedece a una necesidad de rebelión. Ningún movimiento literario está desprovisto de un marco filosófico o ideológico que lo respalde. Por lo mismo el lector no es un actor pasivo ni la lectura es una actividad neutral. Quien lee y quien escribe tiene una relación indisoluble con la vida. Las visiones resultantes de esta interacción generalmente son una forma de resistencia a lo que nos hace inconformes. No importa si es ficción, metaficción o autobiografía, leer significa hacernos cargo de nuestras dudas, incertidumbres y desacuerdos.
Muchos libros nos enfrentan sin compasión a conceptos muy dicotómicos como la felicidad. Así como leí desde el goce “El libro de la alegría”, y sentí que la felicidad no está en un estante. Llegó a mis manos desde la mayor angustia una visión de felicidad que se compra y se vende en “Happycracia”. Edgar Cabanas y Eva Illouz hacen una crítica a la “comercialización” de la felicidad, la cual producto de las prácticas neoliberales se ha convertido en una industria que mueve miles de millones de euros. Y como lo afirma Freire “Una de las grandes si no la mayor tragedia del hombre moderno es que hoy, dominado por los mitos y dirigido por la publicidad organizada, ideológica o no, renuncia cada vez más sin saberlo, a su capacidad de decidir”. Estamos tan dominados por visiones únicas que somos incapaces de decidir de manera consciente la idea de felicidad que queremos para nuestras vidas. Somos consumidores automáticos de la idea de que la felicidad depende de nuestra voluntad y de la capacidad de gestionar nuestros estados psicológicos. Entonces no solo la proporcionan los objetos, el dinero y todo aquello que tenga que ver con el bienestar y el “tener” sino el consumo de programas, libros, cursos, talleres, sesiones de coaching que prometen ayudarnos a alcanzarla como otro bien más.
En la película “La búsqueda de la felicidad” se representa un claro ejemplo del tipo de ser humano que habita este concepto de felicidad. “Un sujeto político individualista, sincero consigo mismo, determinado, resiliente, automotivado, optimista y muy inteligente emocionalmente.” (CABANAS; ILLOUZ, pg 28 2019). Es como si la felicidad se consiguiera independientemente de los contextos sociales y económicos y se pudiera medir de manera estandarizada y científica. Sería negar la complejidad misma del mundo y de la naturaleza humana y reducir la felicidad a una fórmula que se puede despejar para garantizar un resultado. Y no es tan simple como eso. Eso sería suponer que la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad son el resultado de nuestras acciones y no dependen también de hechos estructurales. (CABANAS; ILLOUZ, pg 28 2019).
En definitiva, esta mirada mercantilista e individualista nos aleja cada vez más de un proyecto colectivo de humanidad y genera una sed insaciable por una promesa que quizás no sea posible cumplir dada la complejidad y la subjetividad del concepto de felicidad.
¿Qué pasaría si no pudiéramos resistirnos a través de la lectura? Porque, así como la lectura para el goce y la contemplación es un derecho, la lectura como acto de creación para resistirse ante la injusticia y la barbarie es un deber. Seríamos seres apolíticos incapaces de comprometernos con una visión de mundo.
Bibliografía
- Cabanas, Edgar. Illouz, Eva. (2019) Happycracia. Ed. Paidos. Barcelona,
- Huizinga, J. (1984). Homo ludens. Madrid: Alianza.
- Csikszentmihalyi, Mihaly. (2011) Creatividad : el fluir y la psicología del descubrimiento y la invención: Barcelona [etc.] : Paidós,
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