El miedo siempre llega sin avisar. Es atrevido, irreverente, disruptivo. Se adentra explosivo en el torrente sanguíneo aliado con el cortisol y la adrenalina. No se le puede preguntar de dónde viene ni para dónde va. Es tan intruso como vigilante. Cada milésima de segundo se hace eterna en el cerebro reptiliano.
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